Ahí estaba, sentado en ese lugar donde se hablaba del hermoso 'traje que lucía el emperador'. Por más que lo intentara, no podía ver la fina seda con la que decían que estaba diseñado. Solo me quedaba la opción de creer ciegamente lo que decía un grupo de personas que, para convencerme, no hacían más que gritar fanáticamente.
En ese momento, me vino a la mente el cuento de Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador, en el que se describía un traje invisible, tan perfecto y hermoso, que solo la mentira y el engaño podían darle forma.
Allí, sentado, tratando de comprender lo que se discutía, hubo momentos en los que mis pensamientos me interpelaban, como voces en una tormenta interna que no encontraba calma. Me preguntaba a mí mismo qué hacía en ese lugar, donde solo podían hablar aquellos que decían ver la fina seda de un traje inexistente, y donde las palabras eran como piedras arrojadas para silenciar a quienes no veíamos lo mismo.
¿A qué loco se le ocurriría hablar sobre la belleza de escuchar en un lugar donde el ruido ideológico sofoca el sentido común?
Una vez más, a lo largo de mi vida, entendí que cuando los que hablan necesitan gritar y agredir, es cuando más valor tiene el silencio del pensamiento."
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